SÍNTOMAS DE ANSIEDAD

 

Cuando hablamos de ansiedad tendemos a centrarnos en los síntomas y en el significado que estos podrían tener, y creemos que si estamos teniendo ansiedad es porque algo malo nos debe de estar ocurriendo. Nadie nos ha preparado para entender qué es y cómo funciona la ansiedad, y lo cierto es que el conjunto de los síntomas que entendemos cómo ansiedad, son una reacción emocional normal ante la percepción real o subjetiva de un peligro o amenaza. Tener estos síntomas no es indicativo de una grave patología, tenemos ansiedad porque somos personas normales, y es precisamente esta normalidad, lo que hace que tengamos ansiedad.

 

Ante la percepción de una amenaza las respuestas naturales lógicas son la huida o la evitación. Huida o evitación son los síntomas típicos de la ansiedad. Los problemas surgen cuando la respuesta resulta excesiva, desproporcionada en la intensidad y/o en la duración, o se da ante señales que realmente no resultan peligrosas para nosotros.

 

Existen muchos síntomas de ansiedad, los que suelen sernos más evidentes son las respuestas fisiológicas cómo taquicardias, sensación de ahogo, mareo, cefaleas, sudoración excesiva, sequedad en la boca, manos frías, mayor frecuencia de las micciones o insomnio,  pero habitualmente también habrá síntomas motores cómo temblores, tartamudeo, agitación motora y, cognitivos cómo preocupación, temor, inquietud y pensamientos anticipatorios sobre que “algo” catastrófico va a ocurrir.

 

 

Los distintos manuales de criterios diagnósticos recogen una gran variedad de síntomas, y lo cierto es que todos nos podemos ver reconocidos en muchos de ellos, incluso habitualmente; lo que no significa necesariamente que tengamos un trastorno de ansiedad. La ansiedad es una reacción emocional normal ante las exigencias de nuestro entorno, ya que su función es activarnos para dar respuestas más eficientes.

Palpitaciones, golpeteo del corazón o aceleración de la frecuencia cardiaca, sudoración, temblor o sacudidas, sensación de dificultad para respirar o de asfixia, sensación de ahogo, dolor o molestias en el tórax, náuseas o malestar abdominal, sensación de hambre que no se sacia al comer cantidades suficientes, sensación de mareo, inestabilidad, aturdimiento o desmayo, visión borrosa o con “puntitos”, escalofríos o sensación de calor, sensación de entumecimiento o de hormigueo (Parestesias), desrealización (sensación de irrealidad) o despersonalización (separarse de uno mismo), miedo a perder el control o de “volverse loco”, miedo a morir, malestar al usar el transporte público ( automóviles, autobuses, metro, trenes, barcos, aviones), evitar estar en espacios abiertos ( zonas de estacionamiento, mercados, puentes), evitar estar en sitios cerrados ( centros comerciales, tiendas, teatros, cines, ascensores), evitar hacer cola o estar en medio de una multitud, estar fuera de casa solo,  preocupación excesiva y poco controlable por hechos cotidianos, laborales o escolares, inquietud o sensación de estar atrapado o con los nervios de punta, sentirse fácilmente fatigado, dificultad para concentrarse o quedarse con la mente en blanco, irritabilidad, tensión muscular, problemas de sueño (dificultad para dormirse o para continuar durmiendo, o sueño inquieto e insatisfactorio), deterioro en lo social, laboral u otras áreas importantes del funcionamiento. 

Hay que resaltar el hecho paradójico que tiene prestarle atención a los síntomas, cuanto mayor atención e importancia les demos, mayores serán nuestros niveles de ansiedad poco adaptativos, pero el saber detectar estos síntomas cuando se inician, nos puede posibilitar ejercer un control racional y consciente sobre su evolución, y no traspasar la barrera hacia la ansiedad desadaptativa o patológica.