ANSIEDAD

COMPONENTE FISIOLÓGICO Y BIOQUÍMICO. RESPIRACIÓN

La ansiedad es el trastorno más extendido en nuestras modernas sociedades occidentales, los estudios epidemiológicos han encontrado que el 20% de la población tiene o acabará teniendo algún trastorno de ansiedad a lo largo de su vida. Por esto, una gran parte de las consultas a un psicólogo tienen como trasfondo la ansiedad y las dificultades para manejarla.

 

Puede parecer que la ansiedad es la pandemia de las sociedades urbanas actuales, hasta el punto de que el consumo de todo tipo de ansiolíticos y/o actividades para su control, se han generalizado y se ven como algo normal. Y aunque históricamente ha sido y es la estrella de la mayoría de estudios por parte de la Psicología y se ha avanzado en su tratamiento farmacológico, la sensación que nos queda es que muy lejos de haber reducido su incidencia, la ansiedad se ha ido extendiendo como una imparable marea negra con la que hemos de acostumbrarnos a vivir. Parece que estamos haciendo algo mal.

 

El hombre moderno actual se percibe a sí mismo como un sujeto fuera de las reglas de la Naturaleza, ya que la hemos dominado, poniéndola al servicio de nuestras necesidades o eso nos gusta creer. En los grandes núcleos urbanos actuales vivimos de espaldas a esa realidad que llamamos “el campo, la montaña, la playa…”, por lo que se nos olvida que somos en gran medida una “máquina biológica” y que hasta hace muy poco tiempo, hablando en términos evolutivos, nuestra especie deambulaba por el planeta en pequeños grupos donde todos se conocían, se necesitaban y se valoraban; unidos por fuertes vínculos familiares, que sobrevivían gracias a la caza y la recolección. La aparición de la agricultura y el pastoreo se da en el Neolítico, es decir hace menos de 10.000 años, por lo que genética y biológicamente somos exactamente iguales que entonces, y con este mismo “anticuado” equipamiento nos vemos hoy día obligados a desenvolvernos en las modernas sociedades urbanas, artificiales, industriales, tecnificadas y masificadas. En el contexto de la supervivencia evolutiva es primordial contar con mecanismos adaptativos que nos permitan producir respuestas eficientes ante cualquier peligro presente o potencial. Parece lógico preguntarse si como seres creados por la naturaleza estamos capacitados para producir las respuestas que nos requiere el acelerado y cambiante contexto cultural actual que es nuestro nuevo medio ambiente.

 

Imaginemos como sería la vida para nuestros antepasados hace más de 10.000 años, nos encontramos solos o con otro miembro de la tribu buscando comida en medio de una Naturaleza salvaje y peligrosa, donde existen enormes animales y muchos depredadores, armados con una poderosas musculaturas, dientes y colmillos afilados, garras, cornamentas, venenos, etc., que pueden acabar con nosotros en un instante. Nuestros sistemas sensoriales permanecen alerta, oímos un ruido entre las altas hierbas, entonces y como una respuesta adaptativa ante una situación que percibimos como una amenaza potencial que implica peligro para la supervivencia, se genera una reacción de activación para facilitar nuestra capacidad de respuesta que nos permita aumentar nuestro estado de alerta y disposición para hacer frente a los cambios y problemas que el ambiente plantea.

 

 

 

Esta reacción de activación tiene tres componentes de respuesta separados, pero interrelacionados: fisiológico-bioquímico, motor-conductual y cognitivo-pensamientos

 

Vamos a analizar secuencialmente cada uno de estos componentes por claridad explicativa, pero por la naturaleza de los trastornos de ansiedad estos tres componentes siempre van a aparecer interrelacionados, y se puede definir cada trastorno en función de cómo se estructuran estas tres dimensiones en cada caso. Los datos clínicos experimentales ponen de manifiesto que existen importantes diferencias individuales y situacionales en el grado en que cada uno de estos tres sistemas de respuesta aparece; pudiendo mostrar fuertes reacciones sólo en algunos de ellos, y no necesariamente en los tres a la vez, ni tampoco con el mismo grado de intensidad. Por lo tanto, se hace necesario para la evaluación y el tratamiento de la ansiedad analizar el patrón de ansiedad individual y que sistema o sistemas de respuesta son predominantes en cada caso, lo que determinará la elección del tratamiento o combinación de tratamientos: un tratamiento en entrenamiento de la respiración, relajación, biofeedback o desensibilización sistemática si la ansiedad es fundamentalmente fisiológica; un tratamiento en habilidades sociales o práctica reforzada si la manifestación es fundamentalmente conductual; y un tratamiento de reestructuración cognitiva, auto-instrucciones, técnicas de afrontamiento, entrenamiento en pensamientos positivos, etc., si la manifestación es más cognitiva. En todos los casos la combinación adecuada de las diferentes técnicas será lo que posibilite el manejo eficiente de la ansiedad.

COMPONENTE FISIOLOGICO-BIOQUIMICO

Inicialmente ante una situación valorada como estresante el organismo se prepara para pasar a la acción generando una reacción fisiológica y bioquímica que permita una respuesta rápida y efectiva, y que básicamente se reduce a tres alternativas: lucha (defensa y/o ataque), huida o parálisis. Aunque la parálisis pueda parecer un mecanismo incongruente como respuesta, no siempre es así, ya que la mayoría de los depredadores confirman a su presa potencial cuando ésta huye, por lo que a veces es muy adaptativo quedarse quieto.

 

Para entender mejor que ocurre y de donde provienen muchas de las sensaciones físicas que se tienen cuando se siente miedo o ansiedad, debemos hacer un breve recorrido por lo que ocurre en nuestro organismo en esos momentos. Ante una situación de amenaza física o psicológica para nuestro equilibrio, se emite una respuesta cuya finalidad es intentar adaptarse a la misma, preparando al organismo para la acción de afrontar una tarea o esfuerzo, es lo que se define como estrés, también descrito como síndrome general de adaptación, con tres fases: alarma, adaptación y agotamiento.

 

En la fase de alarma y a muy corto plazo, en cuestión de segundos, se da una reacción instantánea y automática que produce una movilización de las defensas del organismo, el aumento de la frecuencia cardiaca, el bazo se contrae liberándose gran cantidad de glóbulos rojos, se produce una redistribución de la sangre, que abandona las zonas periféricas menos importantes en esos momentos, como la piel (provocando la aparición de palidez) y las vísceras intestinales, para acudir a músculos, cerebro y corazón, aumenta la capacidad respiratoria, las pupilas se dilatan, el tiempo de reacción disminuye, aumenta la capacidad de coagulación de la sangre y aumenta el número de linfocitos y células de defensa o inmunológicas.

 

Estos cambios se consiguen mediante la activación del eje hipofisosuprarrenal y el sistema nervioso vegetativo en su rama simpática, desembocando en la liberación de neurotransmisores y hormonas que transportadas a través de la sangre, excitan, inhiben o regulan la actividad de los diferentes órganos. Fundamentalmente se liberan glucocorticoides, que entre otros efectos van a producir un aumento de la concentración de glucosa en sangre y el mantenimiento de la presión arterial para que el oxígeno y los nutrientes lleguen a través de la sangre rápidamente a las células, andrógenos que estimulan el aumento de la fuerza muscular, adrenalina (epinefrina) y noradrenalina (norepinefrina) que se van a encargar de incrementar la frecuencia cardíaca, contraer los vasos sanguíneos, dilatar los conductos respiratorios, desencadenar la liberación de glucosa de las reservas de energía, incrementar el flujo sanguíneo hacia el músculo esquelético y el aumentar del suministro de oxígeno al cerebro.

 

Por explicarlo de otra manera, volvamos al instante en el que un posible peligro oculto acecha entre las altas hierbas a nuestro hombre preneolítico, lo que le ocurre en esos momentos es que su organismo se prepara para la acción física inmediata incrementando la energía disponible (mediante el aumento del oxígeno y la glucosa), las pupilas se dilatan para ver mejor, se aumenta la capacidad muscular para prepararse ante la lucha o huida inminente, se retira sangre de las zonas superficiales por lo que si se sufre una herida la hemorragia será menor, aumenta la capacidad de coagulación y la respuesta inmunológica en prevención de heridas y su posible infección, la atención se centra en la fuente de peligro potencial, aislando la percepción del resto del mundo y el procesamiento cognitivo superior se amortigua; ya que sólo hay tiempo para una reacción inmediata, y no para detenerse en elucubraciones. Si la situación se vuelve más complicada y duradera, el organismo responde con una liberación masiva de glucocorticoides en sangre, se sintetiza glucosa a un ritmo mayor y se acelera el metabolismo, con el fin de solventar la situación a costa de un gran derroche energético. Cuando la situación acaba resolviéndose, normalmente mediante la acción de lucha o la huida, se “quema” todo la energía suplementaria y gradualmente se vuelve a un estado de normalidad, equilibrio u homeostasis.

 

Si no se da ésta resolución porque la amenaza persiste, se alcanza la fase de resistencia en la que el organismo se ve obligado a dosificar los recursos de que dispone, y lo hace fundamentalmente regulando la secreción de glucocorticoides. Si las condiciones persisten aún más, llegamos a la fase de agotamiento de reservas y se pueden producir y agravar diversos procesos patológicos. En ocasiones el ser humano está sometido a cortas situaciones de estrés repetidas en un periodo relativamente largo de su vida (situaciones personales o profesionales conflictivas, acoso, cuidado de familiares enfermos crónicos, etc.), o se rememoran situaciones de estrés agudo durante largos periodos de tiempo (estrés post-traumático), que hacen que la respuesta de estrés se mantenga de manera continuada en todos los sistemas, prolongando en el tiempo la fase de agotamiento y sus consecuencias. El mantenimiento continuado de altos niveles en sangre de glucocorticoides, que permiten la disponibilidad de glucosa, puede propiciar la aparición y/o agravamiento de una diabetes, así mismo los glucocorticoides inhiben otras hormonas poco relevantes en una situación de estrés, como las sexuales o las del crecimiento, por lo que como consecuencia pueden desencadenar disfunciones sexuales y problemas de crecimiento. La alta frecuencia cardíaca, si se mantiene en el tiempo provocará o agravará problemas cardiovasculares. Casi todos los estudios sobre estrés crónico concluyen unánimemente en los efectos negativos sobre el sistema inmune, y por tanto una mayor vulnerabilidad a las infecciones y a enfermedades autoinmunes como la artritis reumatoide. Así mismo, la percepción de la ineficacia en el afrontamiento y resolución de situaciones estresantes puede producir fatiga crónica y depresión (indefensión aprendida).

 

Aunque de momento y por razones explicativas, nos estemos centrando en el componente fisiológico-bioquímico, hay que señalar que el estrés es un proceso psicológico que implica una valoración cognitiva, es decir que hemos de valorar el estímulo como potencialmente peligroso, y que el individuo es un agente activo en interacción con su entorno con capacidad para modificarlo, que cuenta con experiencias previas, capacidades de afrontamiento de las situaciones, capacidad para ajustarse a ellas, un cierto sentido del grado de control del estresor y unos determinados apoyos sociales, por lo que estos factores contribuyen a modular la respuesta y explican en gran medida, como lo diferentes individuos responden de forma diferente a los mismos estresores de la vida cotidiana.

RESPIRACION Y ANSIEDAD

 

Antes de continuar con los componentes conductual y cognitivo, vamos a entrar en el detalle de lo que ocurre con la respiración durante un proceso estresante, y su relación con la ansiedad. Como ya hemos visto, la reacción del organismo ante una situación percibida, y por tanto valorada cognitivamente como peligrosa, desencadena una respuesta inicialmente adaptativa de activación para la que se precisa un incremento significativo de la energía disponible en el organismo. Una de las maneras fundamentales de producción de energía en nuestro organismo, se logra mediante la combustión de los nutrientes que ingerimos al comer y beber, y esto se consigue a través de procesos bioquímicos que tienen lugar en el interior de las células, en las mitocondrias, y para lo que es necesario la presencia de oxígeno (O₂). De esta combustión, o metabolismo aeróbico, se desprende el dióxido de carbono (CO₂), que es el equivalente biológico al humo y la ceniza de un fuego, y que determina en gran parte la acidez de la sangre.

 

Cada vez que inspiramos, introducimos aire cargado de oxígeno (O₂) en nuestros pulmones. Este oxígeno, será recogido por la sangre en los capilares que existen al final de los bronquiolos para ser transportado hacia el corazón. Una vez allí, el corazón bombeará la sangre para que llegue oxígeno a todo el cuerpo. El oxígeno ayudará a transformar los nutrientes en energía mediante reacciones químicas a nivel celular. Como efecto de este proceso se genera dióxido de carbono (CO₂), que es extremadamente tóxico y potencialmente letal. Para su transporte a los pulmones donde será exhalado y eliminado del organismo, el CO₂ es convertido en ácido carbónico (CO₃H₂), que será recogido por la sangre para llevarlo hacia el corazón, y de éste hacia los pulmones. Esta sangre, cuando llegue a los capilares de los pulmones, se desprenderá del CO₂ para que podamos expirarlo y recogerá nuevamente el O₂.

 

Cuanto más ácido carbónico hay en sangre, más ácida es ésta, y el organismo toma como indicador de la necesidad de O₂ la acidez de la sangre, por lo que es el principal regulador del impulso respiratorio. Un nivel mayor de CO₂ estimula de inmediato una mayor respiración, aparentemente porque el exceso de CO₂ significa que se está respirando aire pobre en oxígeno, que la respiración se ha interrumpido o que está pasando algo que es probable que conduzca a sofocación, probablemente ejercicio físico.

 

Así pues, cuando nos enfrentamos a una situación estresante, ya sabemos que nuestro organismo va a responder preparándose para disponer de toda la energía suplementaria que necesite para afrontar con éxito el peligro potencial, lo que implicará una mayor necesidad de oxígeno en sangre y por tanto nuestra respiración se acelera, y que la respiración se incremente significa que se elimina más CO₂ de lo normal. Si no se produce una resolución de la situación, normalmente mediante ejercicio físico (lucha o huida), la falta de CO₂ en la sangre es detectada por el organismo que intentará corregirlo para volver a un estado de equilibrio.

 

El déficit de CO₂ provoca la retención de oxígeno por la molécula de hemoglobina, si añadimos el proceso de vasoconstricción propio del afrontamiento ante un estresor, tenemos que la liberación de oxígeno se inhibe aún más, en otras palabras el equilibro de acidez en sangre o pH se inclina hacia la alcalosis dando lugar a un abanico de síntomas físicos como aumento de la fatigabilidad de los músculos que notaremos como hormigueo, tensión muscular, piernas débiles, temblores; obnubilación e incremento de la sensibilidad neural que se traducen en mareos, sensaciones de frío o calor, dificultades de visión; y un aumento de la percepción del dolor y palpitaciones. La solución del organismo para corregir este desequilibrio es reducir el impulso de respirar, de manera que se reduzcan considerablemente las cantidades de O₂ inspiradas y de CO₂ expiradas. Nuestro cuerpo debe hacer un esfuerzo para respirar mucho menos. Al percibir conscientemente un ritmo respiratorio menor al normal, esta aparente falta de aire hará que intentemos hacer un esfuerzo consciente para conseguir respirar más, lo que aumentará aún más el desequilibrio entre O₂ y CO₂, por lo que el desequilibrio del sistema lejos de regularse se agrava incluso más. Llegados a este punto, el organismo en su necesidad de recuperar el equilibrio homeostático, se esforzara por hacernos respirar todavía menos, e incluso puede parar momentáneamente la respiración, con el fin de conseguir equilibrar el intercambio de O₂ y CO₂.

 

El proceso descrito hasta aquí es lo que se conoce como HIPERVENTILACION, y que se define como aquella respiración que está por encima de las necesidades actuales del organismo. Es decir, es una respiración excesiva que rompe el equilibrio homeostático de la acidez de la sangre o pH, al incrementar en exceso los niveles de O₂ sin que se produzca una resolución, normalmente actividad física exigente. Las consecuencias aparentes son dos, por un lado la sensación de ahogo o asfixia y por otro, todo un abanico de síntomas físicos. Cuando todo esto sucede sin que sepamos porque ocurre, es muy normal que nos asustemos todavía más ya que son sensaciones desagradables y estamos en un estado de amplificación de la alerta y sensibilización ante el dolor, aunque en realidad no son peligrosas ni indicativas de que algo funcione mal en nuestro organismo.

 

Llegados a este punto, ya podemos extraer algunas pautas de afrontamiento inmediato ante la ansiedad, que se sustentan en el componente fisiológico y que se basan en técnicas de respiración orientadas a regular correctamente la respiración y técnicas de entrenamiento en relajación. Así como pautas basadas en el componente cognitivo que tendrán que ver con la interpretación y valoración que hacemos de los estímulos estresores y de nuestra capacidad para afrontarlos de una manera flexible y eficiente.

 

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Comentarios: 7
  • #1

    Dora (domingo, 06 abril 2014 19:35)

    "ante una situación valorada como estresante el organismo se prepara para pasar a la acción generando una reacción fisiológica y bioquímica que permita una respuesta rápida y efectiva, y que básicamente se reduce a tres alternativas: lucha (defensa y/o ataque), huida o parálisis".

    Eso último explica por qué a mí el estrés no me disgusta... Es más - he llegado a pensar que me gusta... pero la explicación no es que me guste, o no, sino que me resulta útil, porque me prepara para combatir y reaccionar rápidamente cuando hay que solucionar algo.... Ahora me explico una situación que pensé que es rarísima. Pasé por una cirugía para ponerme implantes dentales y me moría del miedo antes y durante la intervención, pero una vez terminada la intervención, no sentí dolor. Y seguí sin sentirlo después. Y como eso me pareció rarísimo, pensé: "¡qué raro que uno puede vencer el dolor!". Ahora entiendo que parte del proceso fue el estrés y el miedo tan fuerte que sentía antes de la intervención, y que fue el que hizo que luchara contra el dolor. Entiendo mejor la función del estrés y el miedo gracias a la explicación de Javier Luengo.

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